Francesca Cerami

De niña me encantaba dibujar, ensuciarme las manos, inventar historias, jugar con las olas, con las piedras, enterrarme en la arena y buscar rostros en la corteza de los árboles. Estaba fascinada por la paciente actividad del escarabajo: recuerdo haberlo mirado con interés y admiración por su capacidad de «convertir la caca en oro» (como decía yo), como lo hace un experto alquimista. Me encantaban todas las actividades creativas que me mantenían anclada a mi lugar seguro, a ese espacio interno, la “casa” donde Ser Feliz.

A medida que crecía, crecía también mi necesidad de expresarme con el Arte.

Empecé a ver un mundo en el que cada mujer, cada niño, cada hombre, sea libre de pintar la vida que quiere, con los colores de su Alma. 

En la vida seguí señales que me llevaron hacia diferentes formaciones, unidas con un hilo rojo. Después de la Academia de Bellas Artes completé un Máster en Cooperación Internacional. Mientras trabajaba en un proyecto en Namibia, sentí  la llamada del Arte, alta y clara: comencé a proponer, de manera intuitiva, actividades creativas y expresivas con los niños, creé y observé con ellos maravillosas historias y personajes que se convirtieron en los contenedores de emociones, proyecciones, miedos. Los niños: un gran amor.

Mientras trabajaba en proyectos de inclusión social, me convertí en arteterapeuta (formación de posgrado de cuatro años), y comencé un análisis con un enfoque Junguiano: necesitaba ayuda y la busqué en la psicoterapia expresiva, mi respiro. Mientras tanto, seguí trabajando como terapeuta con niños y adolescentes frágiles, adultos con discapacidad psico-social, con madres solicitantes de asilo y sus hijos, con niños hospitalizados y adultos en camino de sanación y en projectos de Arte Social.

Arte, imágenes, creatividad, sensaciones, historias que surgieron, nubes que se desenmarañaron, dragones, ballenas, cielos de tormenta, cielos e estrellas, fueron las experiencias que formaron parte tanto del análisis como de mi trabajo artístico, siempre estrechamente relacionadas.

Las sensaciones en el cuerpo a menudo me generaban confusión y miedo a perderme por no reconocer si me pertenecían a mí o «al Otro».

A través de mi cuerpo experimenté el mundo: cultivé esta sensibilidad a través de la expresión corporal, el teatro, la práctica del yoga, la meditación, la natación. Completé mi formación en Yoga y de Terapeuta de Masaje Tailandés.

Comprendí que estas prácticas podrían ir de la mano con la Arteterapia: una  integración genera profundas transformaciones y activa procesos de resiliencia. Lo sé porque lo sentí en mi piel, en mis huesos y en mi alma. Porque cuando los traumas se manifiestan en el cuerpo, los sufrimientos se hacen visibles.

Ahora puedo seguir creciendo y acompañando «al Otro» para transformar la sombra en luz, con presencia, cuidado y perseverancia, tal como lo hizo el escarabajo.